3 de septiembre de 2012
CARTA DE AMOR AL CINE: EL TAMAÑO IMPORTA
Hola cine-adictos !
Hoy quiero transcribiros aquí parte de un artículo de Enrique Urbizu ("La caja 507", "No habrá paz para los malvados") publicado en la revista Fotogramas el pasado mes de Agosto.
Es una carta de amor al cine, cuando éste se disfruta en una sala, más allá de la subida del IVA al 21%. Personalmente, lo considero una epístola preciosa al séptimo arte.
¿Listos? Vamos allá:
No quisiera ser malintepretado. El presente texto podría ser entendido como una apología de la gran pantalla y, en cierto modo, lo es, pero al aceptar la invitación para esta colaboración me propuse no intentar convencer a nadie de nada. Por lo tanto, esta simple exposición de ideas personales no alberga ningún ánimo didáctico o ejemplar.
Hay nuevas ventanas de exhibición, múltiples y portátiles, y las acepto, las uso incluso, pero la pantalla grande es otra cosa, y el consumo colectivo, también. Implica una diferente lectura, o una lectura de diferente intensidad. Y, a mi juicio, implica también unas variaciones en conceptos esenciales como tamaño, duración, composición y sonido.
Ir al cine implica una aceptación temporal de una doble cautividad, física y sensorial: en el cine se nos ruega silencio, inmovilidad, invisibilidad. Dejar de estar en una sala que, a su vez, también dejará de existir. La luz se apaga gradualmente, el entorno desparece y, obligatoriamente, nosotros también. Ahora, si la pantalla iluminada frente a nosotros nos cautiva, se produce el fenómeno de la hipnosis colectiva. Es el espejismo colectivo de mayor eficacia jamás inventado. Si el truco funciona te hará reír, llorar, desear, sufrir...
Por el contrario, el visionado doméstico nos mantiene presentes, a nosotros y el entorno. Normalmente nuestras comunicaciones se mantienen alerta, sonará el teléfono, y nosotros estamos pendientes de más cosas ya que, en el arco de nuestra mirada, la pantalla de la televisión comparte encuadre con el resto del salón. Y, no nos engañemos, los tristes simulacros de sala, de minisala cinematográfica, en los domicilios no están al alcance de todos los bolsillos.
Ahora hay un sinfín de plataformas. Eso sí, se trata de pantallas cada vez más pequeñas, esto es más individuales, necesariamente portátiles... Visionados rápidos, atención ligera.
Y el tamaño tiene que ver con el tiempo: a pantalla más pequeña mayor velocidad de lectura. El ritmo tiene que ver con el tamaño. Al reducir el tamaño de la pantalla el ritmo externo se acelera. A su vez, el gran tamaño requiere más tiempo de lectura. El espectáculo de la contemplación se intensifica. Se ven los detalles, por ejemplo. Y los detalles son muy importantes en el cine; son, de hecho, lo más importante.
Me acuerdo, por ejemplo, de Los sobornados (Fritz Lang, 1953), donde en un momento determinado hay un gesto del personaje de Glenn Ford que lo cambia todo. Es un detalle, rodado por Lang en plano de conjunto. Si parpadeas, no lo ves. Es pequeño y es muy importante. Hay un antes y un después en ese gesto. Lang no lo subraya, no le dedica un encuadre para ponerlo en evidencia. Confía en que estemos mirando donde debemos, en que lo descubramos en un plano abierto, confía en nuestro valor como espectadores. Confía en la escala y, sobre todo, en el tamaño: una gran pantalla en una sala oscura.
Nada de esto es igual en una pantalla pequeña. Los volúmenes, las texturas, la atmósfera (el aire) de los decorados, la fisicidad de los objetos, los tejidos, el sudor, la percepción del rostro de los actores, el más leve sonido, el mayor de los estruendos... nada es igual.
Bueno, cine-adictos. Carta de amor al CINE, en mayúsculas. El cine de verdad, el de la sala.
Espero que os haya gustado. ¿Qué opináis?
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